Fitoactivos y nanoesferasDe Pilar Ramírez Ramírezramirez.pilar@gmail.com29 de Mayo de 2008
En el antiguo Egipto, por ejemplo, los científicos sabían –por observación-en qué etapa del año, como consecuencia de los fenómenos meteorológicos y climáticos, aumentaba el nivel del río Nilo; este conocimiento lo utilizaban para alertar sobre inundaciones y “proteger” a los habitantes de las riberas del río; con esto hacían creer a la población que eran una clase privilegiada, dotada de poder divino que les otorgaba atributos para guiar a su pueblo, el cual, por su parte, creía firmemente en ese poder sobrenatural que justificaba plenamente la prerrogativa de gobernar. Si alguien piensa que eso sucedía sólo en las etapas tempranas de la historia y que se trata de una fase superada, está equivocado. El asombro ante el misterio del saber todavía no termina, la ciencia aparece como un misterio al que sólo un grupo de privilegiados puede acceder. Aún más cuando ese saber fue incrementándose y para hacerlo manejable se le dividió en disciplinas y su enseñanza se distribuyó socialmente en las instituciones denominadas escuelas. Con esta organización de la ciencia, son pocos los que llegan a los niveles más altos de conocimiento, donde los especialistas (aquellos que saben más de menos) gozan de alto reconocimiento social. La estupefacción que produce el saber científico se utiliza, entre otras cosas, para una de las actividades más populares en la sociedad actual: para vender.
El pan de caja nunca ha contenido colesterol, característica que hoy se anota con grandes letras en sus envolturas. Nos venden aceite para cocinar con “omega 3, 6 o 9”. Otros comestibles con “cero gramos de ácidos grasos trans”. Yogurt con “bacilos actiregularis”. Detergentes y desengrasantes que contienen “moléculas abrillantadoras o cítricas”, lo cual parece ser fundamentalmente bueno; otros contienen “tricloro con activos de fuerza fría”, mejor ni preguntar; hay limpiadores con “oxipower” o “brillactive sin residuos” en los que se combinan dos desconocimientos generales entre la población: el científico y el del idioma inglés; en los estantes de los supermercados se encuentran limpiavidrios con “amonia-D”, limpiadores con “densicloro” y lavatrastes con “aloe vera” que casi nadie relaciona con la tradicional sábila; dan ganas de preguntar por qué los cobran si tienen todas esas cochinadas. Algunas frases publicitarias parecen verdaderos mensajes cifrados o código para iniciados: hay jabones exfoliantes con “antiacnil-3” (ignoro si hay un antiacnil 1, 2 , 4 ó más y si éstos son más o menos potentes); cremas con “activo bioaclarante” que podría ser la solución para el Negrito Cucurumbé quien –ignorante de la existencia de los grandes supermercados- se quería volver blanco sólo bañándose en el mar; también se puede adquirir gel exfoliante con “AHA’s+microperlas” que podría ser la envidia de cualquier serpiente si se juzga por su componente; existe una crema correctora de estrías que parece ser única porque señala en grandes letras contener “prolastium+X-tensyl” aunque también hay crema con “hidragen 5”. Los champús para el cabello causan desconcierto, pues no se sabe bien a bien cuál resultará más útil, si uno que contiene “queratina”, otro que incluye “fitoactivo” o si será mejor elegir uno con “nanoesferas”.
A este paso, si queremos saber lo que bebemos, comemos, inhalamos o nos untamos tendremos que ir al supermercado con unos buenos diccionarios científicos.
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