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Una vez más los reflectores del mundo se posan sobre México y no por buenas razones. En realidad, es por pésimas, terribles razones. Otro periodista asesinado. La cadena inglesa BBC, el también británico diario The Guardian, las cadenas estadounidenses CNN, ABCNews, NBCNews, la agencia árabe Aljazeera, los diarios The Atlantic, The Washington Post, Los Angeles Times, The New York Times, Daily Mail y The Huffington Post, entre muchos más alrededor del mundo, al igual que una gran cantidad de estaciones de televisión y periódicos en línea dieron la noticia del asesinato de Javier Valdéz Cárdenas en Culiacán, Sinaloa.

            Las organizaciones Artículo 19 y Reporteros sin Fronteras también le dedican espacios especiales a este asesinato que se suma a otros y perfila a México como uno de los países más peligrosos para el ejercicio del periodismo. Se repiten los reclamos, las exigencias de justicia, se apela a las voces internacionales para que aparezca en el horizonte una esperanza, así sea pálida, de justicia. Incluso la UNESCO se ocupó de este, el asesinato más reciente en el gremio periodístico.

            En el fondo, sin embargo, tanto los colegas periodistas como la ciudadanía albergan el sombrío barrunto de que este asesinato quedará impune, como ha ocurrido con el de Moisés Sánchez, Rubén Espinosa, Cecilio Pineda Brito, Ricardo Monlui, Miroslava Breach, Maximino Rodríguez, Filiberto Álvarez o Armando Saldaña entre decenas que ahora le dan a nuestro país el lugar 147, entre 180, de la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa. Hay que sumar además el crimen contra Jonathan Rodríguez Córdoba del diario El costeño de Autlán, asesinado el mismo día que Javier Valdez.

Por más declaraciones que hagan las autoridades, por más líneas de investigación que abran, la falta de resultados pone de manifiesto que el problema las rebasó o no tienen interés real en esclarecer los numerosos casos que duermen el sueño de los justos y tomar medidas que en verdad pongan al gremio periodístico a resguardo de estas agresiones.

            El país está de luto, no sólo porque le están matando a los periodistas, sino porque le están asesinando la confianza, están acribillando ese reducto de democracia que es la libertad de expresión y están ajusticiando la certeza de vivir en un país de leyes. Parece que los asesinos, los defraudadores, los corruptos, los que reciben dinero por debajo del agua, los que saben hacer negocios legales pero ilegítimos o ilegales, pero bien ocultos son los únicos que están a salvo. Pueden torcer la ley, comprarla, darle la interpretación que les conviene o hacer leyes a modo.

            Los que están expuestos son los que informan de esas conductas, los activistas que se dan a la tarea de investigar las desapariciones que no pueden solucionar las autoridades, los que con exiguos recursos localizan fosas clandestinas que el aparato de justicia no pudo hallar, los que intentan mantener a salvo a sus comunidades del crimen y de la violencia con un teclado como única arma, los que cuidan el medio ambiente para que la ambición no extermine la calidad de vida y que un día no tengamos siquiera qué exterminar.

            El país está de luto porque cada vez que asesinan a un periodista, minan nuestra esperanza de hacer mejor el lugar donde vivimos. ¿Y qué hará la ciudadanía cuando sienta que el último aliento de esa esperanza se ha esfumado? No deseo averiguarlo. Ojalá que no llegue ese momento.

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