Excalibur


    
La cultura occidental ha  surgido buscando la forma de evadir la práctica de los 10 mandamientos y cometer sin recato los  7 pecados capitales.
    En ese cometido el gran conglomerado de los hombres se ha escindido en dos facciones, una la de los dominadores y otra los dominados.
    En el lado de los dominadores se situaron los políticos y los religiosos, quienes a fin de definir su acción, han determinado que la existencia de los hombres se cumple en dos estadios: uno la vida terrenal y otro la vida eterna y sobrenatural después de la muerte.
    Han determinado también quién se ocupa del manejo de cada estadio y así los políticos atienden el universo de los vivos, aquí y ahora, y los religiosos el de la vida después de la muerte, el más allá de la eternidad.
    Pero ambos se cobran del resto los costos de administración y manejo y se brindan mutuo apoyo.
    En un derroche de prodigiosa malicia, miles de años antes de que Freud se inventara la psicología profunda, el segmento de los dominadores, con base en el conocimiento que tenían del comportamiento humano, se inventó 10 mandamientos y 7 pecados capitales que, según la teoría del neurólogo Llinás, son estados emocionales cardinales (especialmente los pecados) los cuales, probamente, son liberados por  péptidos moduladores de tal manera que su caracterización universal puede ser reconocida por la mayoría de las culturas.
    Esos mandamientos, con excepción de 3, son negativos, prohibiciones orientadas en su mayoría, a defender las prerrogativas de los dominadores.
    Todos van en contraria del ser y del sentir del género humano.
    El sexto, por ejemplo, no fornicar -según la presentación del catecismo del sombrío padre Astete, porque la Biblia dice: no cometerás adulterio- es el más controvertible de todos.
    Biológicamente la práctica del sexo es la forma insustituible de conservar la especie y el macho humano, como el resto de los seres vivos es, por esencia, un fecundador.
    Pero como el dominador extiende la prohibición a cualquier modalidad de práctica de la sexualidad, entonces lo que señala y condena, en el fondo, es el fugaz destello placentero del orgasmo, haciendo gala  con ello de una ignorancia supina al desconocer que los términos griegos orgiazo -celebrar misterios- y orgiasmos son parientes cercanos.
    Y que el segundo, de donde se deriva el español orgasmo, significa la psicomotriz que acompaña al hecho de estar inspirado y poseído por el espíritu divino.
    Otros, como el octavo, no desear la mujer del prójimo, además de contrariar los principios del capitalismo sano, porque no existe nada más constructivo que el deseo, más dinamizador que la gana, niega la posibilidad de un goce delicioso, inofensivo y gratuito: todo lo que tiene el prójimo es siempre mejor. Además de la mujer, el carro, la casa, el rancho, el puesto, el sueldo.
    De los pecados capitales, en los tiempos que corren, solo es rescatable la comisión de 2: la lujuria y la pereza.
    En la lujuria el legislador distingue dos formas particularmente execrables: el incesto y la práctica entre individuos del mismo sexo.
    El incesto, admite distinción en el momento de calificar la comisión.
    Cuando las ganas se juntan por efectos del hacinamiento forzoso de los pobres  que les lleva a
compartir alcoba y cama a los padres con los hijos, tíos, sobrinos, primos y, fatalmente se poseen los unos con los otros, se confunde un crimen punible con los rigores máximos.
    Cuando el deseo se consuma el  connubio de parientes en el primer grado de consanguinidad pero con bienes de fortuna, no pasa nada, porque ellos lo hacen en aras de evitar la atomización de la propiedad y la desconcentración del capital.
     Los otros 5 pecados capitales  son aburridos y hasta dañinos. La gula repercute negativamente en la salud y puede llevar a la bulimia y a la anorexia.
    La envidia, salvo su fresco color verde, solo daña al  que la siente, por lo que resulta una pasión inútil.
    La soberbia cayó en su mayor desgracia  después del máximo ridículo al que la llevaron los nuevos ricos de las mafias.
    La ira que pese a su cálido color rojo, tiene efectos nocivos en el sistema cardiovascular.
    Los pecados capitales definidos para el limitado mundo de la Edad Media, en el universo interplanetario de la modernidad no  son más que simple contravenciones, usos pasados de moda.
    El dominador está pues en mora de expedir los actuales, tarea que tal vez no ha enfrentado porque muchos de ellos son de su exclusiva práctica.
    Entre los pecados que se expidan tendrá que estar el que cometen contra la sana lujuria las revistas del corazón y la farándula  cuando despliegan ejércitos de fotógrafos arriesgados y reporteros a la caza de la intimidad no solo de los astros de la industria del entretenimiento, sino de cualquier desprevenido transeúnte que por azar se cruzó frente a la cámara que enfocaba a un artista.
    El hambre de publico que valida cualquier atropello en aras de lograrlo. La quiebra artificial de los precios en el comercio globalizado, el monopolio y la usura cuyas arremetidas rastreras enuncia el poeta maldito Ezra Pound en el poema  suyo que recoge esta antología.
    Las telenovelas y los realities que prostituyen el gusto, secuestran la fantasía y falsean la sensibilidad.
    También esos programas que revelan las sumas multimillonarias que ganan las estrellas del cine, la televisión y el deporte  profesional y la ostentación descarada de la forma en que lo malgastan.
    Volvamos a la lujuria que es -quizás- el pecado más rico en posibilidades, fuente inagotable de fantasía, de goces exquisitos y abrumadores pesares.
    Los moralistas, profesionales al servicio de los dominadores, para surtir las normas de manejo  que ejecutan los políticos asistidos por los militares, personal rigurosamente condicionado para ver enemigos en todos los que no son ellos y los policías, adiestrados en la sospecha que vuelve criminales y delincuentes al resto de los mortales.
    Los moralistas, digo, han establecido que todas las contravenciones que genere o pueda  generar la lujuria, configuran perversión.
    El modo ortodoxo de la sexualidad, como lo  establece el dominador, es el que un hombre de una edad determinada con una mujer, de edad igualmente establecida, dentro de una institución y con el objetivo único y exclusivo de procrear. Toda acción que no encuadre dentro de este marco, es transgresora y punible y tanto más perversa en cuanto más  se aleje o difiera de lo establecido.
    Y es en este alejarse y acceder a los niveles más elevados de perversión donde hace presencia la estética.
    Que no cabe en la comisión de ninguno de los otros pecados capitales o el incumplimiento del decálogo.
    La belleza de la lujuria está en la apariencia física de los actores, el preámbulo y la puesta en escena.
    Aquí caben todas las artes: poesía, música, danza, pintura, retórica, teatro y que, por demás, hacen mutis por el foro en el momento culminante del encuentro puesto que la generalidad de los humanos lo realiza con la complicidad de las tinieblas, y como si fuera poco, cierra los ojos.
    Para regocijo de los lujuriosos y dolor  de cabeza de los dominadores, clérigos  y moralistas, sagrado viene  de sacer, que significaba a la vez, santo y maldito, por lo cual en ciertos cultos, lo perverso se confunde con lo sagrado.
    En realidad ambos tienen en común la trasgresión, en tanto suponen el establecimiento de una legalidad en la cual los hombres escapan a su condición habitual, pero, mientras en la primera lo hacen hacia la trascendencia, en la segunda lo hacen hacia la inmanencia.
    Es decir, que en el caso particular de la lujuria la máxima virtud que estaría en  la casta virginidad, se  tocaría  con su extremo opuesto, la prostitución, porque ambas contravienen el fin ortodoxo de la sexualidad: la procreación.
    La trasgresión  y la trascendencia son la entraña de lo perverso. De ello dan testimonio los poetas reunidos  de este volumen desde Salomón, pasando por la delicada Safo, el sibarita Cátulo, el inmenso aunque ignorado Jaime Gil de Biedma, Baudelaire, Barba-Jacob, hasta Mayrin Cruz- Beranal y la quintaesencia de la perversión. Â ¿No será acaso la misma existencia?
    Así  lo sospechaban los trágicos griegos y lo sentía Pessoa, cuando escribe:
Dame más vino, que la vida es nada.
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    Estos apuntes son el prólogo  que escribí para una "Anatomía de lo Perverso",  a petición graciosa, generosa, de un grupo de amigos despistados., durante estos días de convalecencia forzada.

 

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José Manuel Toscana

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