Tulancingo y sus árboles monumentales...: José Manuel Toscana

Tulancingo tiene algunos árboles monumentales sobrevivientes del hacha y la furia de los rabiosos dedicados a la tala formal o informal -qué más dá- y, que de no vigilarlos, dejarían al municipio semejante al Valle del Mezquital.

En La Floresta, frente a la ruidosa tienda de aparatos eléctricos, mal sobrevive un fresno majestuoso y elegante, bellísimo, impresionante; alguna mano insensible le cortó una rama principal, mutilando ese ejemplar único en el rumbo, sin que nadie impidiera tal atrocidad, pues fuera lo que sea era posible corregir lo que dio motivo para desmembrar ese emblema de La Floresta, como lo decía Luís Roche Carrascosa, que algo sabía de los seres vivos, entre ellos, los árboles.

Ing. Luis Roche Carrascosa y el ahora exgobernador de Hidalgo, Guillermo Rosell,

La Calzada 5 de Mayo tiene algunos árboles sobrevivientes de la moto sierra que tan ágilmente manejan los irresponsables de las diversas plagas enemigas de las forestaciones citadinas, a saber: cía. de luz y sombra, que de fuerza, como no sea la extorsión, nada tiene; los semejantes de las telefónicas los que arman y desarman drenajes una y otra vez, los urbanistas del color que prefieran, los disque encargados de parques y jardines, que entienden su chamba como carta blanca para derrumbar todo lo que tenga tronco y follaje y se les quede a tiro, sin excluir a los vecinos que detestan las hojas y las ramas caídas, al tal grado es el ataque a los árboles que es indispensable, necesaria, la unión y determinación de de los ciudadanos conscientes que han hecho frente al vandalismo oficializado contra los ejemplares de esa calzada y otros en semejante condición de peligro.

México tiene el afamado Árbol de Tule, allá en Oaxaca, es un ahuehuete de 41 metros de altura y 32 de diámetro de copa, con 14 de tronco y 51 de circunferencia, tal vez tenga 2000 años y sea la conjunción de tres troncos, el caso es relevante, pues otro era el Árbol de la Noche Triste, en Tacuba, donde las leyendas narran lloró Hernán Cortés cuando salió de volada de Tenochtitlán correteado por los aztecas. Ese árbol vivió unos 600 años, era un ciprés del que ya nada queda, murió atragantado por colillas, latas de chelas, basura y la indiferencia del vecindario.

Los árboles más impresionantes de California, las Secuoyas, se cocinan aparte en todos sentidos; por la edad, por sus dimensiones, la variedad de la flora y fauna que habitan en su estructura, la calidad de la madera y la resistencia a todo tipo de ataques; desde el fuego, hasta plagas, sequías, inundaciones y otras delicias; pero indefensos ante la barbarie de los hombres que a punto estuvieron de aniquilarlos, cuando el auge minero, y la edificación de las nuevas ciudades legendarias de esa ex provincia mexicana, en el Siglo XIX.

Hoy en California, dan la pauta del cómo manejar bosques eficientemente; valdría la pena que nuestros intrépidos funcionarios dedicados, cuando menos así cobran, a los asuntos forestales, se dieran una vuelta por ese estado norteño y, algo se les pegará como para practicarlo en Hidalgo… soñar nada cuesta.

¿Se imaginan las entradas de Tulancingo, por los cuatro puntos cardinales, con árboles bien plantados, mejor cuidados y protegidos amorosamente?

Los árboles, como los hombres, son gregarios; viven mejor en grupos afines, intercambiando virtudes, aprovechando el entorno y creciendo, prosperando, contra todos los peligros gracias a estar unidos ante los embates que los destruyen.

“… los perros molestan cuando ladran; los necios cuando hablan…”

advierte Wences Angulo desde su sitial en La Floresta.

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