José Manuel Toscana Escribe con Hidalguía: Voto sumamante valioso

Tu voto, el mío, es idéntico al de los hombres más relevantes del país y, ellos, desde luego son buenos inversionistas, por lo tanto no despilfarran sus bienes, de ahí su riqueza y poder.

¿Quién se atreve a votar por el PRI, por el PRD, por el PAN y el resto de los estafadores a la vista?

Solamente siendo cómplices de esos rastreros presuntuosos de sus mansiones y lujos, como entre ellos mismos van descubriéndose, pues nada más se reniega de quién se es igual, como lópez obrador, abjurando del priísmo, del que es hijo pródigo junto a sus principales contlapaches salidos de las mismas filas partidarias, sin excepción.

¿Cuál es la diferencia entre montiel, madrazo, núñez soto, salinas de gortari, creel, murat, pejelópez?

Discursos iguales, vacíos, oportunistas; actitudes idénticas de prepotencia, despilfarro, mentiras, desmemoria, cinismo, canibalismo. Unos esconden, hasta que los descubren, sus atracos exitosos; otros, como los perredistas disfrazados, se hinchan con taxis piratas, miles y miles, ambulantes, paracaidistas, invasores, entre otros lucrativos gremios amafiados sumamente rentables a la hora de cobrar las cuotas de rigor y dóciles al entregar el voto cautivo, bajo amenazas de cancelar las ventajas ilegales.

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Mejor, anulemos nuestros votos, no seamos encubridores de estos mal nacidos, que sepan del repudio generalizado, que sientan que sus días están contados, que sabemos de sus arreglos bajo cuerda, que no estamos dispuestos a seguir en el engaño cotidiano.

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          Corría el año 1916, año de elecciones en Argentina. En el pueblo de Campana, se votaba en la trastienda del almacén de ramos generales.
          José Gelman, de profesión carpintero, fue el primero en llegar. Iba a votar por primera vez en la vida, y el deber cívico le hinchaba el pecho. Aquella mañana iba a ingresar en la democracia este inmigrante venido del toro lado del mundo, que no había conocido nada más que el despotismo militar de la lejana Ucrania. Cuando José estaba metiendo su voto en la urna, votó por el Partido Radical, una voz ronca le paralizó la mano: —Te estás equivocando de montón—advirtió la voz.
          Por entre las rejas de la ventana, asomó el cañón de una escopeta. El cañón apuntó al montón correcto, donde estaban las listas del Partido Conservador.

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La semana pasada festejamos el “Día mundial de la alimentación”; al mismo tiempo en el mundo 842 millones ayunaron, no por virtud, sino por miserables.
En México, más de la mitad de los 110 millones que por aquí rondamos, la pasan muy mal: poca comida, poca salud, nula esperanza.

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          Luis Felipe López Monroy, cumplió 46 años el martes pasado haciendo sombra en Tulancingo; está desconsolado.
          Sin saber cómo ni cuándo, se ha encontrado pronunciando varias veces la frase cabalística: “—A mí, nunca me había pasado esto…”, esa que resuena en los oídos, hasta el último de nuestros días, remachando el inexorable paso de los años y sus consecuencias escuchimizadoras, las cuales son detectadas por los demás, antes que nosotros.
          ¡Ánimo Luis Felipe! No hay mal que dure cien años ni tarugo que los aguante. ¡Felicidades!

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           En 1975, la comunidad de Huayanay, de los Andes del Perú, llevaba unos cuantos años pasando la pena negra por causa de Matías Escobar.
         Mucho daño había hecho este malandrín, ladrón de cabras y de mujeres, incendiario y asesino, cuando la comunidad lo atrapó, lo juzgó, lo sentenció y lo ejecutó.
          Murió Matías de doscientas treinta golpes en la Plaza de Armas del pueblo: cada miembro de la comunidad pegó su golpe, y después hubo doscientas treinta huellas digitales firmando la confesión.
         Nadie ha hecho el menor caso del decreto del general Velasco Alvarado que daba al Quechua categoría de idioma oficial. El Quechua no se enseña en las escuelas ni se acepta en los juzgados.
En incomprensible lengua castellana un juez interroga a varios indios de Huayanay, presos en Lima. Les pregunta quién mató a Matías Escobar, como si no se supiera.

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Vaya un ejemplo de la importancia que va tomando ese rollo de la Equidad, el siguiente es un relato de la hermana de Benjamín Franklin, que bien puede ser el retrato de infinidad de mujeres por estos y otros rumbos del país. La historia sucedió en Estado Unidos.
          De los dieciséis hermanos de Benjamín Franklin, Jane es la que más se le parece en talento y fuerza de voluntad.
          Pero a la edad en que Benjamín se marchó de casa para abrirse camino, Jane se casó con un talabartero pobre, que la aceptó sin dote, y diez meses después dio a luz su primer hijo.
          Desde entonces, durante un cuarto de siglo, Jane tuvo un hijo cada dos años. Algunos niños murieron, y cada muerte le abrió un tajo en el pecho.
          Los que vivieron exigieron comida, abrigo, instrucción y consuelo. Jane pasó noches en vela acunando a los que lloraban, lavó montañas de ropa, bañó montoneras de niños, corrió del mercado a la cocina, fregó torres de platos, enseñó abecedarios y oficios, trabajó codo a codo con su marido en el taller y atendió a huéspedes cuyo alquiler ayudaba a llenar la olla.
          Jane fue esposa devota y viuda ejemplar; y cuando ya estuvieron crecidos los hijos, se hizo cargo de sus propios padres achacosos y de sus hijas solteronas y de sus nietos sin amparo.
          Jane jamás conoció el placer de dejarse flotar en un lago, llevada a la deriva por un hilo de cometa, como suele hacer Benjamín a pesar de sus años, Jane nunca tuvo tiempo de pensar, ni se permitió dudar.
          Benjamín sigue siendo un amante fervoroso, pero Jane ignora que el sexo puede producir algo más que hijos.
          Benjamín, fundador de una nación de inventores, es un gran hombre de todos los tiempos. Jane es una mujer de su tiempo, igual a casi todas las mujeres de todos los tiempos, que ha cumplido su deber en esta tierra y ha expiado su parte de culpa en la maldición bíblica.
          Ella ha hecho lo posible para no volverse loca y ha buscado en vano, un poco de silencio.
          Su caso carecerá de interés para los historiadores.

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          Encarrerados los representantes de la Iglesia, avisan a sus fieles de la obligación moral de seguir las leyes divinas antes que las humanas, de surgir contradicciones de fondo entre ellas.
          Están en su derecho, lástima que tanta vehemencia no se vislumbre en asuntos más sencillos y, sobre todo, en la imprescindible separación de los negocios del César y los de Dios, temas donde dan cátedra el Chato Nor, Enésimo Cempeda, Sandoval Iñiguez, entre otros destacados sacerdotes, infaltables en las fiestas y negocios de los politiquitos que los invitan, a tiro por viaje, para lavarse las manos y la jeta, con su presencia colorida, descendiendo de los cómodos helicópteros y carrozas blindadas.
Se merecen tanto los unos a los otros, son tan iguales.
          ¿Para qué se meten en camisa de once varas? Haciendo declaraciones de moral pública, alardeando como aquellos mentados sepulcros blanqueados.

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La palabra convence, el ejemplo arrastra.

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En México, estamos inventando una democracia especial: sin votantes, sin rendición de cuentas, sin reelección de los que hacen bien su chamba, sin castigar a los que hacen mal, sin transparencia, sin estado de derecho, sin pesos ni contrapesos.
Vamos hechos la cochinilla a una Democracia sin votantes. ¿Alguna duda?

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“— ¿Se portarán como gente decente, o como lo que son?” les pregunta, a los candidatos a cargos municipales en Tulancingo, Vences Angulo

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José Manuel Toscana

C. Elec. ContiClays@aol.com